Benjamín Franklin, inventor, estadista, escritor, editor y economista, cuenta en su autobiografía que al principio de su vida decidió centrarse en alcanzar la perfección moral. Hizo una lista de 13 virtudes, asignando una página a cada una. Debajo de cada virtud escribió un resumen que le daba un significado más completo. Luego practicó cada una de ellas durante un tiempo determinado.
Para convertir estas virtudes en un hábito, Franklin puede idear un método para calificarse a sí mismo en sus acciones diarias. En un diario dibujó una tabla con una fila para cada virtud y una columna para cada día de la semana. Cada vez que cometía una falta, hacía una marca en la columna correspondiente. Cada semana centraba su atención en una virtud diferente. Con el tiempo, a través de la repetición, esperaba experimentar algún día el placer de “ver un Libro limpio”.
Dice que llevó a cabo este examen personal durante años. Para hacer el trabajo a fondo, decidió tratar cada virtud y una cuarta parte de su importancia, de una en una. Comenzó con la templanza, que incluía la moderación de todo placer o inclinación a desarrollar hábitos indeseables, porque la templanza “tiende a procurar esa frialdad y despeje y cabeza que es tan necesaria allí donde hay que mantener una vigilancia constante y mantener la guardia contra la atracción incesante de los hábitos antiguos y la fuerza de las tentaciones perpetuas.”
Las otras virtudes practicadas sucesivamente por Franklin fueron el silencio, el orden, la resolución, la frugalidad, la industria, la sinceridad, la Justicia, la moderación, la limpieza, la tranquilidad, la castidad y la humildad. Para el orden sumario seguía un pequeño esquema de empleo de su tiempo cada día. De las cinco a las siete de la mañana se dedicaba a la atención personal del cuerpo, rezando una breve oración, pensando en los asuntos y resoluciones del día, estudiando y desayunando. De ocho a doce trabajaba en su oficio. De doce a una leía o pasaba por alto sus cuentas y cenaba. De dos a cinco trabajaba en su oficio. El resto de la tarde, hasta las diez, lo dedica a la música o a algún tipo de diversión.
Este tiempo lo empleaba también en poner las cosas en su sitio. Lo último antes de retirarse era el examen del día. A la edad de 79 años, atribuyó su salud a la templanza; la adquisición de desgracias a la industria y la frugalidad; la confianza de su país a la sinceridad y la justicia.
El extraordinario éxito de Franklin en la vida y en la política se puede atribuir a su perseverancia para superar sus lastres personales y a su deseo de mejorar constantemente.
La próxima vez que quieras conseguir algo, tómate el tiempo de centrarte en tu propio diario personal. ¿Cuál es la tentación que se interpone en tu camino hacia la grandeza? ¿Qué puedes hacer para crear el hábito de convertirte en un triunfador?
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